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Arturo Uslar Pietri

Arturo Uslar Pietri nació en Caracas el 16 de mayo de 1906 y murió en Caracas igual el 26 de febrero de 200. Fue un escritor y político venezolano. Después de Rómulo Gallegos, es el escritor venezolano que más celebridad y consideración ha disfrutado en el siglo XX. Su novela Las lanzas coloradas (1931), con la que se dio a conocer cuando contaba apenas veinticinco años, contribuyó a forjar la tan hispanoamericana tradición del «realismo mágico».
Fueron sus padres Arturo Uslar Santamaría, de ascendencia alemana, y Helena Pietri Paúl, descendiente de corsos afincados en el estado Sucre. Su bisabuelo paterno, el general Juan Uslar, luchó en la guerra de Independencia, y su abuelo materno, el general Juan Pietri, fue presidente del Consejo de Gobierno en los inicios del régimen de Juan Vicente Gómez. Tanto su padre como su abuelo fueron generales en el ejército venezolano.
Siempre se ufanó Uslar de descender de luchadores por la Independencia de Venezuela y servidores de la patria, y solía destacar la presencia en su tronco familiar de un edecán de Simón Bolívar y de dos presidentes de Venezuela, Carlos Soublette y Juan Pablo Rojas Paúl. No es de extrañar, con tales antecedentes familiares y el hondo sentido de la responsabilidad histórica y ciudadana que le inculcaron sus padres desde niño, que Arturo Uslar Pietri dirigiera una buena parte de sus esfuerzos a labrarse una trayectoria política. Son legión los cargos públicos que desempeñó. Fue tres veces ministro: de Educación (1939-1941), de Hacienda (1943) y de Relaciones Interiores (1945). Ocupó la Secretaría de la Presidencia de la República (1941-1943) en el mandato de Isaías Medina Angarita.
Como representante del pueblo, fue electo diputado a la Asamblea Legislativa en 1944 y senador en el Congreso Nacional por el Distrito Federal (1958). Y como líder político presentó su candidatura a la presidencia de la República en 1963, con el lema "Arturo es el hombre". Obtuvo 16,1 por ciento de la votación nacional, porcentaje importante en un régimen electoral como el venezolano, de mayoría simple en única vuelta de escrutinio.
Uslar había estudiado primaria y secundaria en el Colegio Federal de Maracay y en el Liceo San José de Los Teques. Por su familia, vinculada a los círculos del poder gomecista, pudo conocer de cerca el complejo entramado de pasiones que lo caracterizaba y hacerse una temprana idea de la personalidad de Juan Vicente Gómez, el último gran caudillo venezolano. Este conocimiento de primera mano le fue muy útil a la hora de escribir relatos situados en esta época y, sobre todo, una de sus más notables novelas, Oficio de difuntos (1976).

En 1924 regresó a Caracas e ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela. Cuatro años antes había comenzado a publicar sus primeros textos en la prensa. En Caracas frecuentó asiduamente los círculos literarios, donde trabó amistad con los escritores Fernando Paz Castillo y Miguel Otero Silva. Juntos fundaron en 1928 la revista Válvula, en cuyas páginas encontró Venezuela un eco de las vanguardias europeas.
Ese mismo año, Uslar recogió sus primeros cuentos en Barrabás y otros relatos. Y también estallaron las revueltas estudiantiles contra el régimen de Gómez que llevarían a la cárcel a muchos jóvenes escritores: el citado Otero Silva, Antonio Arráiz y Andrés Eloy Blanco, entre otros. Arturo Uslar, hijo obediente de una notoria familia gomecista, aceptó en cambio el cargo de agregado civil en la legación de Venezuela en París, ciudad donde permaneció durante cinco años. Sin el período parisino, muy posiblemente su destino literario habría sido otro. La formación de su sensibilidad e intereses acabó de tomar forma al contacto con escritores y artistas que conoció, como Paul Valéry, Robert Desnos y André Breton, o frecuentó, como Ramón Gómez de la Serna, a cuyas tertulias en un cafetín de Montparnasse solía asistir.
Sobre todo, en París descubrió que otros latinoamericanos comenzaban a forjar novedosas herramientas literarias para abarcar con ellas la singularidad histórica y cultural de sus orígenes. El guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el cubano Alejo Carpentier, con quienes se reunía y conversaba, fueron influencias determinantes, y, junto con el mismo Uslar, acabarían siendo los precursores del «realismo mágico» a que se abocarían parte de los narradores de la siguiente generación, la del «Boom» de los años 60, y que culminaría en realizaciones tan emblemáticas como Cien años de soledad (1967), del colombiano Gabriel García Márquez. Fue en este terreno donde acabaría perfilándose lo mejor de la obra de Uslar, y por lo pronto dio sus frutos en su primera novela, Las lanzas coloradas (1931), recreación imaginativa de las guerras de Independencia venezolanas.
Años después, Uslar afirmaría que él había inventado el realismo mágico, ya que con la publicación de esta obra se había adelantado a sus amigos latinoamericanos en París. Que ello sea cierto o no es un detalle subsidiario; lo importante es que Las lanzas coloradas se sumó a Cubagua, de Enrique Bernardo Núñez, otra novela publicada en ese año de gracia para la novelística venezolana que fue 1931, y que ambas dieron a los venezolanos que quisieran abordar imaginativamente los hechos históricos un enfoque novedoso, alejado de los convencionalismos retóricos y la compulsión hagiográfica habituales en este género. Y más allá de Venezuela, la publicación de la primera novela de Uslar "abrió la puerta para lo que sería luego el reconocimiento de la novela latinoamericana en todo el mundo", en opinión del novelista peruano Mario Vargas Llosa.
Sin solución de continuidad, Uslar regresó a una Caracas provinciana y aletargada por la censura en 1934 y prosiguió su carrera literaria. Publicó artículos y ensayos de crítica y reflexión sobre asuntos literarios en la revista El Ingenioso Hidalgo, fundada por él mismo con la ayuda de su primo Alfredo Boulton y los escritores Julián Padrón y Pedro Sotillo. El 14 de julio de 1936, siete meses después de la muerte del "Benemérito" Juan Vicente Gómez, publicó en el periódico Ahora el que habría de convertirse en su artículo más leído y comentado: "Sembrar el petróleo". Allí levantaba la voz para pedirle a los gobernantes de Venezuela que no despilfarraran el oro negro, cuya explotación había comenzado a hacerse intensiva hacía pocos años, y lo utilizaran para dotar al país de actividades capaces de garantizar el sustento de sus habitantes.
Por lo demás, durante estos años y hasta el derrocamiento del gobierno de Medina Angarita, en 1945, Uslar desplegó todos sus esfuerzos en el terreno de la política, bien participando directamente en el gobierno y presentándose ante los electores, bien ejerciendo su influencia en la opinión pública. Desde los inicios del diario El Nacional, en 1943, fue uno de sus más constantes articulistas.
Los títulos mismos que dio a su columna en este medio ("Pizarrón"), así como posteriormente a los programas televisivos que dirigió y presentó ("Valores Humanos" y "Cuéntame a Venezuela"), delatan su inmenso afán didáctico. Paralelamente a sus actividades políticas, periodísticas y estrictamente literarias, Uslar ocupó diversas cátedras universitarias: las de Economía Política (1937-1941) y Literatura Venezolana (1948) en la Universidad Central de Venezuela, y la de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Columbia, en Nueva York (1947).
De 1945 a 1950 marchó al exilio a Nueva York. Por supuesto, aprovechó su estancia en Estados Unidos para dedicarse más a fondo a su obra literaria, y publicó la novela El camino de El Dorado (1947), el libro de cuentos Treinta hombres y sus sombras (1949) y los ensayos Sumario de economía venezolana y Letras y hombres de Venezuela, ambos en 1948. Pero Uslar no perdonó nunca el golpe de mano contra el gobierno de Medina Angarita perpetrado por la junta civicomilitar encabezada por Rómulo Betancourt y los "adecos".
Ello explica en buena medida su actitud siempre crítica y distante con el poder durante el largo período de la IV República (1958-1998). Durante este período aceptó sólo un cargo oficial, el de representante de Venezuela ante la Unesco, en París, a mediados de la década de 1970. En 1983, cuando estalló la crisis del endeudamiento y se puso de manifiesto por primera vez la hondura del quebranto económico del país, no se mordió la lengua para señalar una de sus raíces más profundas: "Venezuela está cansada del viejo y podrido disco de las promesas populistas con las que nunca ha podido salir adelante. El populismo es, en una proporción inmensa, el causante de todos los resultados negativos que hemos confrontado en estos años".
El prestigio de Uslar Pietri en Venezuela era enorme. Sus opiniones sobre cualquier asunto eran esperadas y, en algunos casos, temidas. Mucho antes de entrar en la vejez vio como sus obras ingresaban en los planes de estudio de colegios y liceos. Todo venezolano nacido en la década de 1950 ha tenido forzosamente que leer alguna página de este escritor. Aguardó en vano el galardón que más codiciaba: el Premio Cervantes. Pero ningún otro escritor venezolano obtuvo como él tantos premios y galardones por su obra narrativa, incluido el premio de novela más prestigioso del ámbito hispánico, el Rómulo Gallegos, y ha sido el único venezolano en recibirlo.
El fallo del jurado del Premio Príncipe de Asturias, que le fue otorgado en 1990 por la novela La visita en el tiempo, reconoció en Arturo Uslar Pietri al "creador de la novela histórica moderna en Hispanoamérica, cuya incesante y fructífera actividad literaria ha contribuido señeramente a vivificar nuestra lengua común, iluminar la imaginación del Nuevo Mundo y enriquecer la continuidad cultural de las Américas". Uno de los miembros del jurado, el novelista mexicano Carlos Fuentes, juzgó que Uslar ha forjado "una concepción moderna de la novela, ofreciendo las sombras y las luces del proceso histórico", y que es el precursor de una concepción de la literatura en la que se reconocen otros autores, como el premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez.

Documental





Ensayos
La masificación de la enseñanza
La primera es la masificación de la educación. Todos conocemos y ya es un lugar común el fenómeno de la explosión demográfica que la humanidad viene sufriendo en los últimos años. Pensemos que desde el origen del mundo, desde que el hombre apareció en la Tierra hasta el año 1900, en un crecimiento lento, a veces detenido, a veces con regresiones, había llegado a alcanzar la cifra de 1.000 millones de habitantes. Pensemos que de 1900 a hoy, hemos cuadriplicado esa cifra en un galopante crecimiento, que no tiene precedentes ni en la historia humana ni en la historia animal. Y pensemos que la mera extrapolación de esas cifras anuncia que para el año 2000, que es pasado mañana, puede haber en la tierra entre 6.000 y 8.000 millones de habitantes, es decir, ocho veces toda la población del mundo que desde el origen del hombre hasta el año de 1900 logró formarse en la Tierra.

No voy a entrar aquí en detalles manidos que todos ustedes conocen, de todo lo que esto significa de desproporción entre los recursos no renovables y las necesidades crecientes, sino que voy a referirme simplemente a las exigencias de tipo social que esto plantea a los Estados y a las sociedades. Esto ha traído desde luego la masificación de la educación, esto ha traído el que en las puertas de las escuelas, de los liceos y de las universidades, se aglomeren muchedumbres que antes no se veían sino en los ejércitos o en las inmensas migraciones de pueblos. Y esto es el hecho diario que están confrontando todos los países, en mayor o menor grado, de una manera más previsible y controlable o de una manera más caótica e inabarcable. Esa masificación, esa cuantificación, ha traído problemas muy complejos. En primer lugar, un problema que salta a la vista, que es el problema de los costos. Una educación para todos cuando todos cuando todos se han multiplicado varias veces, representa un volumen de recursos materiales y humanos, destinados a la educación, del cual tampoco nunca ha habido precedente. Y esto plantea problemas fiscales, problemas de equilibrio de los gastos públicos, plantea problemas de disponer de un personal para manejar esa inmensa muchedumbre que se agolpa a las puertas de los institutos de enseñanza y para hacer algo más que un simulacro de educación.

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Crítica
Aquí Pietri relata sobre, en pocas palabras, la sobrepoblación y como esta se ha empezado a dar en el último siglo, siendo que la población mundial creció 6 veces la cantidad de población que logró tener desde el inicio del mundo hasta 1900. Donde el critica que todo esto generará en la sociedad futura una situación donde los problemas que esta situación dará serán ilimitados, desde problemas legales, económicos, sociales, culturales, hasta inclusive políticos. Lo único que se ha de criticar a este ensayo en la carencia de la proposición de una solución al problema, dado que este ensayo solo busca abrir los ojos en el tema que trata.

La multiplicación de los saberes
El otro aspecto es que estamos viviendo en un mundo donde ha ocurrido igualmente una explosión del conocimiento. Se ha dicho que, posiblemente, lo que los hombres sabemos hoy, el volumen total del conocimiento del que se dispone hoy, más o menos en un porcentaje de 0 por 100 se sabe desde los últimos cincuenta años. De modo que estamos asistiendo a una velocidad de innovación de las disciplinas del conocimiento como el hombre no conoció nunca y que luego se traslada, como consecuencia inmediata, a la multiplicación de las tecnologías y de la creación de instrumentos, de aparatos y de sistemas, que suplen no solamente el trabajo humano sino el cerebro humano. Esta multiplicación del conocimiento plantea un problema no menor, tal vez mayor que el problema de la masificación de la población estudiantil porque se trata de encontrar dos cosas muy difíciles, como estar al día en un saber que está cambiando tan velozmente y de manera tan multiplicada en tantos frentes y cómo encontrar en un número suficiente, para enfrentar esa inmensa demanda, los docentes suficientemente dotados para no enseñar la ciencia de anteayer ni la de ayer, sino la que esté más próxima a la de este momento, porque esta misma no la conoce sino un grupo mínimo de investigadores. De modo que este desafío de la explosión de los conocimientos, de la pluralidad de las ciencias, de la multiplicación de las ramas, ha venido a complicar el problema. Si lo que nosotros tuviéramos que transmitirle a esos millones y millones de jóvenes que se acumulan en las puertas de los institutos de enseñanza fuera una vieja enseñanza tradicional muy simple, el problema sería perfectamente manejable, formar maestros para eso no es difícil, conseguir manuales suficientes para eso tampoco es difícil, pero ¿qué les estaríamos enseñando? ¿Una ciencia arqueológica? ¿Los estaríamos preparando para el mundo que dejó de existir hace treinta o cuarenta años o los estaríamos preparando para el difícil, el complejo, el casi impredecible mundo de mañana?
Este aspecto complica la situación muchísimo más que el aspecto cuantitativo. Pero el otro resultado de este aspecto es, desde luego, un descenso de la calidad. En la medida en que el saber se ha hecho más complejo, más variado y más inabarcable, es más difícil abarcarlo y es más difícil transmitirlo. De modo que muchas veces o estamos transmitiendo un saber que ya dejó de tener vigencia o lo estamos transmitiendo un saber que ya dejó de tener vigencia o lo estamos transmitiendo de una manera sumamente parcial e incompleta y, por lo tanto, estamos sencillamente en un desfase de lo que enseñamos para un mundo en el cual vivimos y no nos estamos preparando ni estamos preparando a los jóvenes para vivir en él.


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Crítica

En este ensayo, el aspecto negativo de buenas a primeras que se le puede adjudicar a este ensayo es el mismo del anterior ensayo, el cual no deja una solución sino solamente informa e introduce la situación. Esta situación va dirigida a la problemática de que a los alumnos de las escuelas primarias y medias se le enseña materias que ya son o están por ser obsoletas para la actualidad, donde el mismo Pietri dice que se les prepara para un mundo que hace ya 40 o 30 años se extinguió.

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